jueves, 6 de noviembre de 2014

KRASNY BOR - Resistir hasta morir

Huyendo de valoraciones políticas, debemos considerar a los miles y miles de voluntarios que se prestaron para combatir en Rusia, como merecedores de entrar y permanecer por derecho en la historia de España. Villanos o fascistas para unos y héroes para otros, lo cierto es que protagonizaron una épica aventura y unos hechos insólitos que todos deberíamos conocer y no olvidar.

Aquellos soldados, contrariamente a lo que los sectores de siempre argumentan, no fueron a Rusia a apoyar a Hitler ni al nazismo, de hecho muy pocos de ellos sabían qué era un nazi y en qué consistía esa ideología. Ellos fueron con la única intención de continuar su lucha contra el comunismo y liberar al pueblo ruso de su yugo y así lo han declarado sus integrantes en infinidad de ocasiones. La causa que defendían puede ser para algunos infame, pero lo importante es que eran españoles y lucharon en el infierno con un coraje difícilmente igualable.

La División Azul, cuyo nombre oficial era "División Española de Voluntarios", recibió el número 250 entre las divisiones de la Wehrmacht, pero fue conocida con este sobrenombre por el color de las camisas de los falangistas que formaban la mayor parte de los voluntarios.

La unidad fue compuesta a partir de voluntarios procedentes de las milicias de Falange, el estudiantado, los veteranos y encuadrada por oficiales de carrera que habían combatido en la Guerra Civil. En ella se alistaron también ex-combatientes republicanos, alguno se alistó para ayudar a algún familiar encarcelado, y muchos simplemente... por hambre.

Debido al exceso de voluntarios, se presentaron sólo en Madrid diez veces más personas que las necesarias para cubrir plazas previstas. Se estableció un sistema de relevos que permitiera a la mayor cantidad posible de voluntarios servir en el frente. En total, unos 47.000 soldados sirvieron en la División Azul en Rusia. Entre 3.500 y 4.500 de ellos encontraron la muerte, y más de 8.000 fueron heridos. 321 fueron hechos prisioneros de guerra por el ejército soviético, siendo los últimos repatriados a España en 1956.

En Julio de 1941 se inició el traslado del contingente en trenes hasta un campamento militar instalado al lado del pueblecito bávaro Grafenwöhr, a pocos kilómetros de Nuremberg, que fue el centro asignado por el alto mando alemán para la instrucción de la División Azul. Aquel periodo, que debía haber durado tres meses, se cumplió con creces en apenas dos meses, los alemanes estaban asombrados del nivel de preparación y adaptación al material bélico alemán en tan corto espacio de tiempo. Aunque lo cierto es que esto era debido a que la gran mayoría de ellos ya disponían de una formación militar debidamente acreditada en los campos de batalla durante la Guerra Civil.

Los primeros uniformes que les entregaron eran, al ser los españoles más pequeños, demasiado grandes, de forma que debieron ajustarse la ropa como pudieron. Su aspecto durante las marchas era de "desarrapados" ya que los españoles no se preocupaban mucho de llevar el uniforme demasiado pulcro, algo que contrastaba con el aspecto impoluto de la uniformidad de los soldados alemanes. Luego, esto quedó en un muy segundo plano cuando llegados al frente ruso, vieron los alemanes que esos desarrapados se afianzaban en el terreno y se mantenían ahí firmes, mientras otras "impolutas" unidades alemanas retrocedían al primer contraataque del ejército rojo.

Tras el periodo de entrenamiento, los españoles recibieron la orden de trasladarse a Rusia. Les llevaron en tren hasta Polonia, pero desde allí tuvieron que realizar una marcha de casi 1.000 kilómetros a pie. Comenta un ex-combatiente "la hilera que los soldados españoles formaban era tan larga que había aproximadamente entre dos y tres días de camino entre el grupo de cabeza y el del final".
Finalmente, cuando estaban llegando a su destino, hubo una contraorden que los obligó a deshacer unos 100 kilómetros del camino recorrido ya que el mando alemán consideraba que la 250 división debía desplazarse al sector norte del frente. El historiador D. Xavier Moreno Juliá en su libro "La División Azul - Sangre española en Rusia" relata refiriéndose a aquel episodio "Aquella salvaje marcha se cobró 11 vidas humanas (sólo la explosión de una mina mató a 4 soldados e hirió a otros 34), y dejó fuera de juego a 3.013 hombres más. Mató también a 44 caballos e inutilizó a otros 957, así como 77 vehículos, algunos perdidos para siempre".

Pero creo que es el momento de relatar uno de los muchos hechos de armas que acontecieron en aquellas latitudes. Un hecho bélico que, entresacado de entre muchos otros, bien podría ser el argumento de una buena película bélica, pero claro ¿quién le pone el cascabel al gato a riesgo de ser tachado de facha?, pues evidentemente... nadie. La cobardía endémica y los complejos de la gente del cine sobre este extremo raya en el ridículo, en fin... He elegido la batalla de Krasny Bor por haber sido allí donde quizás la historia de la División Azul se convirtió en leyenda.

La Batalla de Krasny Bor

En febrero de 1043 en pleno crudo invierno ruso, nos encontramos en un escenario bélico donde los miles de muertos ya no son noticia. Los ejércitos nazis han pasado de estar en continua ofensiva a intentar ya solamente mantener el frente en espera de la primavera. Las batallas son cada vez más encarnizadas y, donde no se producen éstas, las escaramuzas y enfrentamientos son de extrema crueldad. El día 10 se produjo quizá no la mayor batalla de la II Guerra Mundial pero sí fue para la División Azul el día y lugar de su consagración como una de las mejores, sino la mejor, unidad del ejército del eje desplegada en el frente ruso. La división española se encontraba en el lugar más complicado y en el momento más crítico pues allí se iba a concentrar el grueso de la ofensiva que pretendía romper las líneas alemanas en torno al cerco sobre Leningrado (actual San Petersburgo), pues después envolverlas y aniquilarlas. Sin embargo, aquel infortunio para los divisionarios, fue lo que salvó del desmoronamiento a todo el frente y les acreditó, en adelante, como aquellos soldados a los que todos deseaban tener en su flanco.

El objetivo de las fuerzas soviéticas era tomar Krasny Bor y hacerse con la línea de ferrocarril y la carretera de une Moscú con Leningrado. Para ello debían avanzar directamente hacia el sur enfrentándose directamente con la 250º División de la Wehrmacht, la división de españoles. Tras sobrepasar las líneas debían efectuar un movimiento envolvente para exterminar cualquier posible bolsa de resistencia. Para ello los soviéticos lanzaron una fuerza de 44.000 soldados apoyados por 100 tanques, mientras que las tropas españolas escasamente contaban con 5.600 efectivos, todos ellos de infantería.

A las 6:40 hrs del día 10 de febrero comienza la ofensiva rusa. Como cualquier ofensiva, el ataque fue precedido de un apabullante bombardeo de artillería y aviación. La aviación soviética se ensañó con las fuerzas españolas empleándose a fondo, soltando su mortífera carga justo sobre sus cabezas.

Después del excepcionalmente duro bombardeo, los mandos soviéticos no esperan encontrar una significativa resistencia e inmediatamente lanzaron un asalto masivo contra las posiciones de la infantería española. Los españoles se encontraban en búnkeres bajo tierra a 2,5 mtrs. de profundidad. Durante el bombardeo los hombres no hablaban, no se miraban ni siquiera se daban los buenos días, sólo aguantaban. Aunque los oficiales sabían de la inmediatez del ataque, éstos no quisieron avisar a sus tropas para que pudieran descansar tranquilos, a sabiendas de que quizás tardarían muchas horas o quizás días en poder volver a hacerlo. 
La orden era "Resistir hasta la muerte"

Los supervivientes salieron de debajo de los escombros en que se habían convertido sus parapetos, se reagruparon y comenzaron a disponer de nuevo sus defensas. Unas hordas de soldados debidamente equipados y cubiertos por sus unidades acorazadas se precipitaban contra las posiciones españolas. Las oleadas se suceden una tras otra. Tan numerosas y abrumadoras como desorganizadas.

Están solos y sin posibilidad de recibir refuerzos. Llegado mediodía la línea española se encontraba rota y dividida en cuatro posiciones. Los soldados morían sobre sus propias posiciones, pero no retrocedían. Los desesperados y heroicos contraataques se sucedían uno tras otro. Los soviéticos se dedicaron entonces a intentar aniquilar a las fuerzas rodeadas, lo que les supuso perder un tiempo precioso y sufrir además unas bajas muy superiores a las que jamás hubieran podido esperar. Las ametralladoras barrían el terreno y rociaban el campo de batalla de cuerpos de soldados soviéticos. Me imagino a dos de ellos pegados al suelo a ver la que les estaba cayendo y diciendo: "¡Oye Vladimir! ¿estos no son alemanes verdad?".

Las ordenes eras claras: resistir hasta la muerte, clavarse en el terreno y no ceder ni un palmo. Sin apenas municiones, luchan hasta los heridos que se niegan a retirarse de sus posiciones. Los soviéticos sólo pudieron acabar con aquellas bolsas de resistentes arrojándose literalmente sobre los desbordados defensores que acabaron, tras quedarse sin balas, luchando con sus propias manos. Únicamente pudieron capturar unos pocos combatientes, muchos de ellos heridos, en total unos 300 prisioneros.

Impresiona y conmueve leer las memorias que el Capitán Oroquieta nos ha dejado para la posteridad. Cuando toda la posición que defiende su compañía está enteramente destrozada, debido al martilleo de la artillería, y tras haber rechazado varios asaltos de la infantería roja, y se encuentran desbordados por los flancos. La contestación del Capitán, herido dos veces, a uno de sus oficiales que le pregunta cuál ha de ser la conducta que se ha de seguir, es muy escueta "que siga clavado en su puesto hasta nuevo aviso, con la gente que le acompañe. Ninguna orden del mando ha llegado para que nos retiremos y estamos por lo tanto, obligados a seguir defendiendo nuestras posiciones...". La compañía de Oroquieta contaba al principio de la jornada con 196 efectivos y cuando finalmente una sección de asalto soviética logró penetrar en la posición y le hizo prisionero, partió al cautiverio junto a los que aún se mantenían en pie; un alférez, dos sargentos (uno de ellos con la pérdida de un ojo), un cabo 1º (herido de metralla) y ocho soldados (dos de ellos heridos), en total 13 hombres.
        
En otras posiciones había varias compañías diezmadas, oficiales pidiendo a su propia artillería que disparara sobre su posición por estar llena de rusos. Las ametralladoras prácticamente al rojo vivo de soltar fuego y matar rusos, nadie se retiraba.

La División Azul había sufrido hasta ese momento enormes bajas, unos 2.200 muertos y 1.000 heridos, pero extremadamente superiores eran las del ejército rojo; aproximadamente unos 11.000 muertos y 5.000 heridos. Los combates siguieron sucediéndose durante el resto del día. Las fuerzas españolas se replegaron y formaron una línea a lo largo del rio Ishora. Solo habían retrocedido unos tres kilometros y ya no se desplazó un metro más. Los españoles fueron finalmente reforzados por algunas unidades alemanas cercanas, la ofensiva planteada por el alto mando ruso y su intento de romper el cerco de Leningrado había fracasado estrepitosamente.

El inconcebible número de bajas sufridas por los soviéticos fue tan desproporcionado que un Coronel ruso preguntó a los prisioneros españoles cuál era el nuevo arma secreta de Hitler habían utilizado, pues se negaban a admitir que únicamente con el uso de fusiles y ametralladoras se pudiera haber causado tal carnicería.

La División Azul se había ganado el respeto del enemigo y del propio ejército alemán. De hecho, se dice que tal era ese respeto y temor, que llegó un momento en que los rusos rehuían el enfrentamiento directo con los divisionarios y únicamente atacaban con artillería y morteros. Lo cierto y probado es que jamás volvieron a atacar frontalmente a la infantería española. 

Se estima que durante sus operaciones en el frente ruso los divisionarios causaron unas 50.000 bajas  al ejército rojo. Hitler les concedió una medalla específica de la división, un distintivo que ninguna otra unidad extranjera obtuvo. Además, por diversos actos de valor y heroísmo individuales se concedieron 3 Laureadas y 11 Medallas Militares a estos soldados. Los soldados españoles obtuvieron, en el conjunto de sus actuaciones en el frente ruso, las siguientes condecoraciones:

- 2 Cruces de Caballero (una con hojas de roble)
- 2 Cruces de Oro
- 138 Cruces de Hierro de 1ª clase
- 2.359 Cruces de Hierro de 2ª clase

Estos hombres, difamados por muchos, acusados en ocasiones como traidores, patriotas y al mismo tiempo espíritus libres, hombres con arrestos, encarcelados después por no comulgar con ruedas de molino, fueron los que formando en aquella división tuvieron el privilegio de recuperar el honor perdido de nuestro país, en palabras del escritor Fernando Sánchez Dragó "... fue la última vez que España entró con decoro en Europa...".